La propiocepción es la capacidad que tiene una persona para saber cuál es la posición corporal y el movimiento articular que su cuerpo realiza en cada momento.
Se le puede considerar el sexto sentido, tras la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto.
Las sensaciones propioceptivas aportan también información sobre la velocidad y la fuerza muscular.
Para ello el organismo utiliza receptores que hacen posible el sistema propioceptivo, y que están en contacto unos con otros:
Receptores articulares que se encuentran en los músculos, articulaciones y ligamentos.
Detectan cuando existe un movimiento de una articulación en el que se ha producido un estiramiento de un ligamento que ha sido excesivo o existe un elevado grado de tensión muscular.
El órgano tendinoso de Golgi, ubicado en los tendones, que informa de la cantidad de fuerza que se desarrolla durante la contracción muscular.
El huso muscular, que avisa del grado de elongación y la velocidad de contracción de las fibras.
Este constante flujo de información es la clave de la propiocepción.
En él participan la médula espinal, el cerebelo y la corteza cerebral.
Toda la información recibida se relaciona, creando un equilibrio corporal estático y dinámico.
Alteraciones del sistema nervioso, central o periférico.
Lesiones de las articulaciones por una carga excesiva.
Hernia discal.
Inflamación.
Daño.
Fatiga tendinosa.
Para medir estas alteraciones existen diferentes pruebas como el Romberg Test, básico para evaluar el equilibrio de una persona, el Triple timed up and go y el Test dedo nariz.
Ocasionalmente, la falta de equilibrio no está relacionada con ninguna patología, sino con el paso del tiempo.
Con los años los husos intramusculares tienen menos fibras y las terminaciones nerviosas propioceptivas se alteran.
Esto hace que la propiocepción falle.